Dime, hermano:
¿Por qué la montaña
no ha podido olvidarse del mar?
El ingrato se fue una mañana
y no quiso jamás regresar.
Con señora paciencia lo espera
y va soñando que ya ha de volver
y los ríos son llanto de pena,
pena del que ha perdido un querer.
Dime, hermano:
¿Es verdad que la luna
es el sol que se ha ido a bañar
y que ha vuelto cubierto de espuma,
salpicando la oscuridad?
Dime, hermano:
¿Será que las olas,
pedacitos inquietos de mar,
sólo hasta el horizonte se asoman,
porque no han aprendido a nadar?
No quiero yo saber
cómo se mueve el universo.
Yo sólo sé que con un beso
le das sentido y vida a mi voz.
¿Quién mueve tanto el mar?
¿Y quién enciende el firmamento?
Que me lo digan tus ojitos,
luz de mi verso y de mi canto.
Dime, hermano:
¿Es verdad que el desierto
ha perdido las ganas de amar?
Cada noche las nubes lo besan,
pero agua no quieren dejar.
Dime, hermano:
La naturaleza,
que me enseña del bien y del mal,
¿Tiene acaso una enorme tristeza?
La razón le ha enterrado un puñal.
Dime, hermano:
¿Por qué a las estrellas
no las dejan salir a pasear?
Con su forma redonda y coqueta,
cierto es que se deben cuidar,
pero sé de cuadrados planetas,
de un lejano sistema solar,
que vivieron cerrando la puerta
y los tragó el infinito voraz.
No quiero yo saber
cómo se mueve el universo.
Yo sólo sé que con un beso
le das sentido y vida a mi voz.
¿Quién mueve tanto el mar?
¿Y quién enciende el firmamento?
Que me lo digan tus ojitos,
luz de mi verso y de mi canto.
No quiero yo saber
cómo se mueve el universo.
Yo sólo sé que con un beso
le das sentido y vida a mi voz.
¿Quién mueve tanto el mar?
¿Y quién enciende el firmamento?
Que me lo digan tus ojitos,
luz de mi verso y de mi canto.