Ramon, El Indio Hereje
Temprano el gallo cantor,
el sol sale en la misión.
Primeras luces del claustro.
Brilla la helada sobre el maizal.
Divina es la mano del gran inquisidor,
justicia de los cielos.
El indio temeroso por la sentencia
del santo tribunal.
Es que ayer encontraron sepultada
una estatua de la virgen María.
La encontraron cabeza abajo,
cubierta de hierbas secas, cerca del maizal.
Y el sol se escondió,
frío intenso en la misión.
Un silencio sepulcral.
Esa virgen se la obsequié
a mi fiel indio Ramón.
Dijo con voz entrecortada,
el monje al santo tribunal.
Ramón es buen cristiano y trabajador,
sangran sus manos siempre en la siembra.
No puedo creer aún lo que pasó,
Dios! por el pido clemencia.
Bien se vé aquí la mano del Diablo,
dijo con firmeza el santo juez.
Con el indio hereje, a la hoguera,
a cumplir el castigo del fuego.
No habrá piedad!
No habrá piedad!
Y el sol se escondió,
frío intenso en la misión.
Un silencio sepulcral.
Ramón, en las llamas el monje lloró,
sabía bien porque lo hizo.
Ramón lo hizo para bendecir la tierra,
pedir por la siembra cosecha buena.
Las hierbas secas eran para protegerla.